domingo, 22 de noviembre de 2009

Nietzsche y Kafka, Lectores Ludi de Dostoievski

(A mis amigos:
Esta ya es la ultimísma versión de este delirio de Lector Ludi. Espero que les interese. Gracias)



Por Iván Rodrigo García Palacios

Una Lectura Lúdica a los fenómenos que hacen que un escritor se conecte con la obra de otro y la use para la escritura de su propia obra, descubrirá que son múltiples e indevelables. Sin embargo, es posible intentar algunas explicaciones, si bien no certezas, que permitan continuar con el juego interminable del Lector Ludi.

Para el caso, cito un par de afirmaciones de Jorge Mario Mejía en su lectura de Nietzsche y Dostoievski. Filosofía y novela, que ofrecen un posible punto de partida a la interpretación de esos fenómenos:

"Es artista quien reinventa la esencia del arte, que es, para Nietzsche, la embriaguez. Sin la intensificación de fuerzas no se da arte ninguno; sólo la embriaguez posibilita afirmar la vida aun en todo lo terrible y problemático de la existencia.
(...)
Idealizar, dice Nietzsche, es el proceso por el cual el artista hace partícipes a las cosas de la plenitud que lo inunda" (1).

Ya desde el Romanticismo, en donde se alimenta Nietzsche, se había teorizado sobre esa "embriaguez" y ese "idealizar", con el "idealismo mágico" de Novalis.

Esto escribió Novalis:

"En cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizo".

Eustaquio Barjau da la siguiente explicación para el "idealismo mágico" de Novalis:

"Este es el sentido del adjetivo "mágico" que acompaña al rótulo del idealismo de Novalis: la magia es el arte de actuar sobre las cosas, a voluntad del mago, de transformar la realidad; a la actuación del alma individual sobre el cuerpo no la consideramos mágica, sí en cambio a la actuación del hombre sobre las cosas; pues bien, ésta es la vocación del hombre -concretamente, del poeta-, imponer la idea, el espíritu sobre la materia, convertir lo involuntario y azaroso en voluntario y planeado, espiritualizar el cosmos; en el postulado del "idealismo mágico" de "hacer de las cosas ideas y de las ideas cosas" se expresan de un modo pregnante los dos términos que definen este esbozo de sistema" (2).

Al fin y al cabo, la vida y las obras de los hombres son el fluido del río heraclitiano donde todo evoluciona y se trasforma.

***

Es bien sabido que Nietzsche fue juicioso lector de la obra de Dostoievski y que Kafka lo fue de la obra de ellos dos. Sin embargo, el impacto y las influencias que esas obras ejercieran en Nietzsche y en Kafka, así como las conexiones y el uso que de ella hicieron ambos, es muy diversa, como tiene que ser cuando se trata de artistas y de genios.

También se acepta como cierto, porque el mismo Nietzsche lo escribió así, que él sólo leyó las obras Dostoievski con posterioridad a la escritura de Así habló Zaratustra y que esa lectura lo conmovió hasta tal punto como para afirmar:

"¿Conoce usted a Dostoievski? ... un psicólogo con el que "yo me entiendo" (Carta a Peter Gast, febrero 13 de 1887).

Así como:

"Dostoievski, el único psicólogo, dicho sea de paso, del que yo tuve que aprender algo..." (Crepúsculo de los ídolos, Consideraciones de un intempestivo, 45).

Y no fueron estas sus únicas palabras de admiración y reconocimiento para con la obra de Dostoievski como lo escribe Curt Paul Janz en su biografía de Nietzsche:

"El 23 febrero de 1887 escribía a Overbeck: «De Dostoievski no conocía hace pocas semanas ni siquiera el nombre -hombre inculto como soy, que no lee ni cuanto menos un periódico. En una visita casual a una librería la suerte puso bajo mis ojos la obra recién aparecida en traducción francesa L'sprit souterrain (¡algo parecido me ocurrió a los 21 años con Schopenhauer y a los 35 con Stendhal!) El instinto del parentesco (¿o cómo tengo que llamarlo?) habló de inmediato, mi alegría fue extraordinaria.» El nombre de Dostoievski tenía, de todos modos, que serle conocido a Nietzsche desde la recensión de Widmann, esto es, desde finales de septiembre, y el capítulo "Del pálido delincuente" del Zaratustra invita a pensar en un conocimiento todavía más temprano. Tal vez latía un recuerdo en su subconsciente que le hizo aferrarse al libro al ver el nombre en la cubierta" (3).

Es de esa última afirmación de Curt Paul Janz en la que puede abducirse que en la relación de Nietzsche con la obra de Dostoievski existe un extraño "lapsus", porque él no reconoce, en parte alguna, haber leído a Los hermanos Karamazov, cuando si reconoce la lectura de otras de sus novelas y del poderoso influjo que ejercieron sobre él:

"Que la lectura de Dostoievski dejó huellas profundas en Nietzsche, es cosa que sólo cuando el derrumbamiento en Turín vendría a revelarse. Queda, en cambio, como cuestión abierta la del grado y medida en que determinadas ideas y formulaciones de sus obras posteriores fueron influenciadas por las discusiones de Nietzsche con el nihilismo ruso moderno y con las teorías de la justificación de los violentos (p. ej., en «Crimen y castigo»)" (4).

La presencia de Dostoievski que se revela "cuando el derrumbamiento en Turín", es la dramática escena en la que Nietzsche se abraza llorando al cuello de un caballo que estaba siendo azotado por su cochero, la cual se corresponde con la escena similar del sueño de Raskolnikov en Crimen y castigo.

Pero esa es ya una presencia ya tardía. La presencia más temprana que Curt Paul Janz sugiere, es aquella que se remonta a los días y noches felices del enamoramiento de Nietzsche por Lou Andreas Salomé, la muchacha rusa que lo conmovió hasta el punto de compulsarlo a escribir Así habló Zaratustra.

Debió ser ella quien le recomendó a Nietzsche la lectura de la obra de Dostoievski y él, juicioso y enamorado, se sumergió en aquellas novelas de sustancias psicológicas y religiosas, hasta el punto que el Cristo del relato del Gran Inquisidor, en Los hermanos Karamazov, sea uno de los motivos y figuras que encarnan a Zaratustra. Sobre este asunto ya he escrito en otros textos.

El uso más extendido y evidente que Nietzsche hiciera de la obra de Dostoievski, corresponde a sus escritos inmediatos y mediatos al reconocimiento de su lectura.

Esto escribe Nietzsche en El Anticristo y otros escritos:

"Aquel mundo raro y enfermo en el que los evangelios nos introducen -un mundo que se diría salido de una novela rusa, en el cual parecen darse cita los desechos de la sociedad, las dolencias nerviosas y un idiotismo "infantil"..." (El Anticristo, 31).
(...)
"Qué pena que no hubiese un Dostoievski entre esa sociedad (cristiana primitiva): de hecho, a lo que mejor corresponde la historia entera es a una novela rusa -seres enfermos, conmovedores, rasgos aislados de sublime extrañeza, en medio de cosas disolutas y suciamente plebeyas... (como María Magdalena)" (Fragmento del invierno 1887-1888).
(....)
"Habría que lamentar que en la cercanía de ese interesantísmo décadent no haya vivido un Dostoievski, quiero decir, alguien que supiera sentir precisamente el atractivo conmovedor de semejante mezcla de sublimidad, enfermedad e infantilismo" (El Anticristo, 31).

En su biografía de Nietzsche, Curt Paul Janz, explica el por qué este llama a Cristo "idiota". Esta referencia, entre otras, también se corresponde con el personaje del príncipe Mishkin, de la novela del mismo nombre de Dostoievski:

"Según Nietzsche, Jesús no habría negado «el mundo», ni lo habría minusvalorado como tránsito a un mundo «mejor» del más allá: simplemente no lo tomó en cuenta, ni lo afirma ni lo niega, fue un «idiota» ---en el sentido griego de la palabra--. Con esta palabra se hace perceptible el influjo de las lecturas de Dostoievski en el pensamiento y en las formulaciones de Nietzsche, en el sentido, por cierto, de un enfrentamiento con la interpretación que Renan hace de Jesús como «héroe». Hay que tener presentes tales relaciones y fuentes si no se quiere falsear el contenido significativo de los pasajes correspondientes. Jesús no fue un negador, un opositor, un «combatiente» contra la iglesia judía ni contra nada; fue un renunciante, un individuo «propio» (lo que significa idiotés en griego). Sólo la interpretación de su vida por los discípulos y apóstoles introdujo el «no» en este mundo" (5).

Nietzsche, como lo hará Kafka veintitrés años después con Iván Petróvich en Humillados y ofendidos, se mirará a sí mismo en el espejo de Dostoievski y en el autor ficticio de Memorias del subsuelo:

"(...) he aquí un problema para mí: ¿por qué, en efecto, os he llamado "señores"; por qué me he encarado con vosotros como si fuereis lectores de verdad? (...) Yo escribo para mí sólo, y de una vez para siempre declaro que, si escribo como si me encarase con los lectores, hágolo tan sólo porque así escribo con más holgura. Todo eso es pura forma nada más. En cuanto a los lectores, nunca los tendré. Que conste...
"(...) esto que dejo dicho podría dar pie para esta pregunta. "Si verdaderamente no cuenta usted con lectores, ¿por qué conviene consigo mismo, y hasta por escrito, condiciones como éstas de que no seguirá plan ni sistema, que escribiría según vaya recordando, etc., etc.? ¿Por qué se explica, por qué se disculpa? ¡Ah! Voy a responderos" (Memorias de subsuelo, primera parte, cap. XI).

Ni el escritor de Memorias del subsuelo ni Nietzsche ni Kafka, darán respuesta a esas preguntas, cada uno, a su manera, expondrá sus propias razones con sus propias escrituras.

Nietzsche lo escribió rotundamente al final de sus obras:

"Escribí para mi mismo" ("Mihi ipsi scripsi").

Quizás para escribir con "más holgura" y sinceridad, tal y como lo quería probar el escritor de Memorias del subsuelo:

"(...) quiero probar si nos es posible ser sinceros con nosotros mismos y no tenerle miedo a la verdad" (Memorias del subsuelo, primera parte, La ratonera, cap. XI).

***

Así como Nietzsche fuera un lector juicioso de Dostoievski, Kafka lo fue de ambos. Kafka leyó a Nietzsche mucho antes que a Dostoievski: a los quince años enamoraba a las muchachas leyéndoles poemas de Así habló Zaratustra (6).

Llama la atención el que Kafka, tan cuidadoso en anotar y comentar en sus Diarios, empezados a escribir en mayo de 1913, a los autores y títulos de los libros que lee, apenas mencione un par de veces a Dostoievski y a sus novelas, a finales de 1913.

La primera mención la hace para anotar una cita:
"1913, 21 de julio. Método especial de pensamiento. Impregnado de sensibilidad. Todo se siente como idea, aun en la mayor imprecisión. (Dostoyevski.)" (Diarios).

¿Se refiere Kafka a las extrañas reflexiones del escritor de Memorias del subsuelo? Cosas como estas:

"Me paro a reflexionar: tal causa, que me parece la primera, me conduce a otra anterior, y así sucesivamente, hasta lo infinito. En eso consiste la conciencia y la reflexión" (Memorias del subsuelo, primera parte, cap. V).

Y en la segunda, anota un recuerdo escrito a continuación de haber anotado la escritura de una carta para "F.", Felice, y luego del susto que le causó el encontrarse con una muchacha parecida a "F.", la misma que será personaje en El proceso:

"1913, 14 de diciembre. (...) Carta a F., escrita en la oficina.
El susto de esta mañana, cuando, camino de la oficina, encontré a la muchacha del seminario que se parece a F.; de momento no sabía quién era y sólo advertí que se parecía a F., pero que indudablemente no era F.; además, tenía aún otra relación con F., que iba más allá del parecido: la de que al verla yo en el seminario, había pensado mucho en F.
Leo en Dostoyevski el pasaje que tanto me recuerda mi «Desdicha»" (Diarios).

Este recuerdo es un reconocimiento afirmativo que Kafka hace de su relación con Dostoievski y de Desdicha con Humillados y ofendidos.

Como mostraré, Desdicha es el relato en el que el Kafka-literatura encarna su escritura, con Dostoievski y con el personaje-escritor de Humillados y ofendidos, Iván Petróvich y es, a partir de ello, que se originan las íntimas influencias y conexiones de la vida y la obra de Kafka con las de Dostoievski.

Desdicha es, también, una palabra que aparece insistente en los Diarios (1910-1913) de Kafka, siempre en el mismo contexto existencial y literario del relato.

***

Es imposible precisar con exactitud el momento de la lectura y de la entrada de la obra de Dostoievski en la escritura de Franz Kafka (por los Diarios se pudiera abducir que eso sucedió a mediados de 1910). Lo que si puede decirse con certeza es que esa obra provocará la escritura de muchos de sus relatos y en especial de los relatos que se inician con La condena, El fogonero, La metamorfosis, en 1912; Memorias del ferrocarril de Kalda, En la colonia penitenciaria, Ante la ley, en 1914, y que van hasta la escritura de El proceso, en 1914-15, novela escrita como un gran palimpsesto de Crimen y castigo (7).

Pero ya antes de este fértil período de escritura, Kafka había experimentado con la obra de Dostoievski, tal es el caso del relato Desdicha, escrito en julio o agosto de 1910, en el cual utiliza y traspone una escena de la novela Humillados y ofendidos, asignándole su propia interpretación y sentido.

Esta es la escena de Humillados y ofendidos, primera parte, capítulo X:

"Recuerdo que estaba de espaldas a la salida, cogiendo el sombrero de la mesa, cuando me asaltó la idea de que, al dar la vuelta, me encontraría irremisiblemente con Smith. Éste empezaría por abrir la puerta silenciosamente y, colocándose en el umbral, echaría una ojeada al aposento. A reglón seguido, inclinada la cabeza, entraría, plantaríase ante mí, me clavaría sus ojos turbios y, de pronto, se reiría en mis propias barbas con una risa larga y sorda de su boca desdentada, y su cuerpo se estremecería durante largo rato. Esta visión se me presentó con extraordinaria claridad y precisión; y al mismo tiempo se apoderó de mí la seguridad más completa y más evidente de que todo aquello había de cumplirse sin falta, de que se había cumplido ya, aunque yo no lo viera, por hallarme de espaldas a la puerta, y de que en aquel preciso instante ya estaba abriéndose aquella. Volví la cabeza y ¿qué creen ustedes? La puerta, en efecto, iba abriéndose lentamente, sin ruido, tal cual me lo imaginara minutos antes. Exhale un grito. En un principio no apareció nadie, como si la puerta se hubiera abierto por sí sola. Pero he aquí que, de pronto, se dejó ver en el umbral una criatura extraña, y pude cerciorarme de que unos ojos me miraban en la oscuridad, fijos e insistentes. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Lleno de estupefacción, distinguí a una chiquilla, y creo que de haber sido el propio Smith no me hubiera causado tanto asombro como la extraña y repentina aparición de una niña pequeña y desconocida, a aquella hora y en mi habitación" (Humillados y ofendidos, primera parte, cap. X).

Esta es la escena correspondiente de Desdicha:

"Cuando ya se volvía insoportable -hacia el atardecer de un día de noviembre-, cansado de ir y venir por la estrecha alfombra de mi habitación, como en una pista de carreras, y de eludir la imagen de la calle iluminada, me volví hacia el fondo del cuarto, y en la profundidad del espejo encontré una nueva meta, y grité para oír solamente mi propio grito, que no halló respuesta ni nada que disminuyera su vigor, de modo que ascendió sin resistencia, sin cesar ni siquiera cuando ya no fue audible; frente a mí se abrió en ese momento la puerta, rápidamente, porque hacia falta rapidez, y hasta los caballos de los coches se erguían en la calle, como caballos enloquecidos en una batalla, ofreciendo sus gargantas.
Como un pequeño fantasma, se introdujo una niña desde el oscuro corredor, donde la lámpara no había sido encendida aún, y permaneció allí, en la punta de los pies, sobre una tabla del piso que se estremecía levemente. De inmediato, deslumbrada por el crepúsculo de mi habitación , intentó cubrirse la cara con las manos , pero se contentó inesperadamente con echar una mirada hacia la ventana, frente a cuya cruz el vapor ascendente de la luz callejera se había acurrucado, bajo la oscuridad. Con el codo derecho se apoyó en la pared, frente a la puerta abierta, permitiendo que la corriente que entraba le acariciara los tobillos y también el pelo y la sienes".
***

La lectura de Humillados y ofendidos debió haber causado en Kafka una conmoción de la misma magnitud, aunque de diferentes efectos, que en Nietzsche.

De ese fenómeno da clara cuenta Kafka en el relato Desdicha, citado atrás, en el cual, al trasponer la escena de la novela de Dostoievski, en la que, así como Iván Petróvich toma el lugar de Smith en su habitación, Kafka, o el narrador de Desdicha, toma el lugar de Iván Petróvich en el relato. Por eso, el Kafka-narrador, al mirarse en el espejo, se reconoce a sí mismo, se explica su propia naturaleza de escritor y mira la visión de su próximo futuro:

"... me volví hacia el fondo del cuarto, y en la profundidad del espejo encontré una nueva meta" (Desdicha).

¿Qué imagen vio Kafka reflejada en ese espejo? La suya propia. ¿Qué es lo que ha descubierto Kafka en su lectura de Humillados y ofendidos? Que el personaje-escritor, Iván Petróvich, es él mismo, que piensa, siente y escribe como él, tal y como lo ha escrito y escribirá, casi con la mismas palabras, en numerosas anotaciones de sus Diarios.

Esto lo dice Iván Petróvich como si lo hubiera escrito Kafka:

"Había notado que en un albergue estrecho las ideas se comprimen. Por otra parte, siempre que meditaba mis futuras novelas gustaba de recorrer el aposento de un lado a otro. Dicho sea de paso, siempre me resultó más grato idear mis obras y soñar con su realización que ponerme a escribirlas, y les aseguro que nunca fue por efecto de la pereza. ¿Por qué sería, pues?" (Humillados y ofendidos, primera parte, cap. I).

Así se explica ese grito sin fin y extendido hasta la inaudición, diferente al grito exhalado por Iván Petróvich. Son dos gritos de terror, el de Iván Petróvich, una exhalación de terror místico; el de Kafka, de terror trágico. Iván Petróvich ha visto materializarse en la puerta de su aposento el cuerpo real de su presentimiento en el cuerpo de la misera chiquilla y, con ella, a aquel terror que Kafka infundirá a su escritura, como explico más adelante. Kafka, por su parte, ha visto materializarse el fantasma del Eros que domina su existencia y su escritura. Ese es el mismo fantasma que volverá aparecer en otra noche posterior:

"La condena es el fantasma de una noche" (8).

Al igual que el fantasma de muchas otras noches en América, El proceso, El castillo y otros relatos.

Basta leer las anotaciones de Kafka en sus Diarios sobre su estado anímico y físico, así como sobre su trabajo literario, durante el segundo semestre de 1910, para notar la evidente conexión y correspondencias con Iván Petróvich, en Humillados y ofendidos.


Esto dice Iván Petróvich:

"Estaba escribiendo una novela de considerables dimensiones, pero el asunto terminó de modo que ahora me veo hospitalizado y creo que pronto dejaré de existir. Y siendo así, ¿qué necesidad hay de escribir nada?
Este azaroso y último año de mi vida se me viene a la memoria tan involuntaria como continuamente. Ansió apuntarlo todo, y me parece que de no haberme buscado tal ocupación me moriría de tristeza. Las impresiones pasadas me enervan a veces hasta producirme dolor y tormento. Expuestas por la pluma tomarán un giro más sereno y armónico, y tendrán menos parecido con el delirio o la pesadilla. Así lo creo. ¡Hay que ver lo que vale el solo proceso de la escritura! Calma, enfría, despierta en mí los antiguos hábitos literarios, convierte mis recuerdos y mis ensueños enfermizos en obras, en ocupaciones... Sí, mi decisión es acertada; por otra parte, constituirá una herencia para la enfermera: al menos podrá tapar las ventanas con mis cuartillas en el momento de colocar los marcos para el invierno" (Humillados y ofendidos, primera parte, cap. I).

Esta es su anotación en los Diarios en los primeros meses del año 1910. A diferencia del año de Iván Petróvich, para Kafka son cinco meses:

"Al fin, tras cinco meses de mi vida en los que no pude escribir nada que me dejase satisfecho, y que ningún poder me compensará, aunque todos se sintiesen comprometidos a ello, me viene la ocurrencia de hablar una vez más conmigo mismo. Seguía dando siempre una respuesta, cuando realmente me preguntaba algo, seguía existiendo siempre algo que arrancar de mí, de ese montón de paja que soy desde hace cinco meses y cuyo destino parece ser encenderse en verano y arder antes de que el espectador pestañee. ¡Ojalá me sucediese esto! Y que me sucediera decenas de veces, porque ni siquiera me arrepiento de esa época infortunada. Mi estado no es la desdicha, pero tampoco es dicha, ni indiferencia, ni debilidad, ni agotamiento, ni cualquier otro interés, ¿qué es entonces? El hecho de que no lo sepa se relaciona sin duda con mi incapacidad de escribir. Y ésta creo comprenderla sin conocer su causa. De hecho, todas las cosas que se me ocurren, no se me ocurren desde su raíz, sino sólo desde algún punto situado en su mitad".

¿Es esa desdicha el anticipo y anuncio de los fenómenos que expondrá Kafka en el relato Desdicha? Más que probable.

Los estados de ánimo de Kafka serán extremos y al desasosiego sigue el entusiasmo. Esto escribe Kafka en sus Diarios:

"1910, 16 de diciembre. No volveré a abandonar este diario. Debo mantenerme aferrado a él, porque no puedo aferrarme a otra cosa. Me gustaría explicar el sentimiento de felicidad que, de vez en cuando, siento en mi interior, como ahora, precisamente. Es en verdad algo efervescente, que me llena del todo con un ligero y agradable estremecimiento y me convence de que tengo unas aptitudes de cuya inexistencia puedo convencerme en cualquier instante, también ahora, con toda seguridad".

El Kafka-literatura se ha visto y trasformado a sí-mismo en ser y personaje de las obras de Dostoievski. Él, a principios de 1910, como Iván Petróvich, encuentra eco a su lucha por escribir, por aliviar sus dolores y tormentos, y descubre que es necesario "(...) apuntarlo todo, y me parece que de no haberme buscado tal ocupación me moriría de tristeza" y supo "lo que vale el solo proceso de la escritura".

Siete años después, en 1917, al iniciar la escritura de sus Cuadernos en octava, Kafka vuelve a recordar el "albergue" o habitación de Iván Petróvich:

"PRIMER CUADERNO EN OCTAVA: Cada hombre lleva en sí una habitación. Es un hecho que nos confirma nuestro propio oído. Cuando se camina rápido y se escucha, en especial de noche cuando todo a nuestro alrededor es silencio, se oyen, por ejemplo, los temblores de un espejo de pared mal colgado. Se queda ahí, con el pecho hundido, los hombros caídos, los brazos colgantes, incapaz de levantar las piernas, la mirada fija en un punto".

Pero no serán sólo esos los aspectos que Kafka tomará de Iván Petróvich, en particular y de Dostoievski en general. Es, en Humillados y ofendidos, en donde Dostoievski define ese terror que se convertirá en la cualidad fantástica que caracterizará a las obras de Kafka:

"Se trata de un temor profundo y torturante que yo mismo no acierto a definir, hacia algo inconcebible e inexistente en el orden de las cosas, pero que parece presto a realizarse de un momento a otro y que, como para mofarse de todos los conceptos de la razón, va a plantarse ante mí como un hecho irrefutable, pavoroso, deforme e inexorable. Es un temor que suele ir acrecentándose más y más, pese a todos los razonamientos de la mente, de suerte que la inteligencia, no obstante alcanzar en esos momentos su máxima lucidez, se ve en la imposibilidad de contrarrestar las sensaciones. No se presta oído a la razón, que se convierte en algo inútil, y este desdoblamiento acentúa más aún la azorada angustia de la espera. Creo que, en cierto modo, este miedo es el mismo que el de las personas que temen a los difuntos. Pero, en la angustia mía, lo incierto del peligro agrava mi tormento" (Humillados y ofendidos, primera parte, cap. X).

Así mismo, será la fuente originaria de los símbolos, imágenes e historias de Kafka:

"(...) una historia tenebrosa, una de esas historia lúgubres y sobrecogedoras que tan a menudo pasan casi inadvertidas bajo el brumoso cielo de Petersburgo, en los oscuros y escondidos cuchitriles de la enorme ciudad, en medio del alocado torrente de la vida, del obtuso egoísmo, de los intereses contrapuestos, de la más negra perversión, de los crímenes más refinados, en medio del infierno de una existencia insensata y anormal..." (Humillados y ofendidos, segunda parte, cap. XI).

Por ejemplo, en La metamorfosis, Kafka si convierte a Gregor Sansa en el insecto que se encierra en su habitación. He ahí una doble trasposición, directa e invertida, a Dostoievski y a su escritor de Memorias del subsuelo:

"No he conseguido nada, ni siquiera ser un malvado; no he conseguido ser guapo, ni perverso; ni un canalla, ni un héroe..., ni siquiera un mísero insecto. Y ahora termino mi existencia en mi rincón, donde trato lamentablemente de consolarme (aunque sin éxito) diciéndome que un hombre inteligente no consigue nunca llegar a ser nada y que sólo el imbécil triunfa. Sí, señores, el hombre del siglo XIX tiene el deber de estar esencialmente despojado de carácter; está moralmente obligado a ello. El hombre de carácter, el hombre de acción, es un ser de espíritu mediocre. Tal es el convencimiento que he adquirido en mis cuarenta años de existencia".
(...)
"Ahora voy a contarles, señores (quieran ustedes o no), por qué ni siquiera he conseguido llegar a ser un insecto. Lo declaro ante ustedes solemnemente: muchas veces he intentado convertirme en un insecto, pero no se me ha juzgado digno de ello" (9).

Son muchos los ejemplos que pudieran citarse, pero esa información puede buscarse en los estudiosos que han investigado las relaciones de las obras de Kafka con las de Dostoievski.

También es, en Humillados y ofendidos, donde se anuncia una cruel profecía:

Catorce años después, Kafka estará como Iván Petróvich, tendido en la cama de un hospital y en vísperas de su muerte, quizás preguntándose como él:
"(...) ¿qué necesidad hay de escribir nada?".

Él, que vivió buena parte de su vida en su escritura, hasta su propia muerte.

Y otra profecía: al igual que Nietzsche en Turín enloquece abrazado al cuello de un caballo de Dostoievski, Kafka también ha introducido en su vida y escritura a ese caballo:

"(...) frente a mí se abrió en ese momento la puerta, rápidamente, porque hacia falta rapidez, y hasta los caballos de los coches se erguían en la calle, como caballos enloquecidos en una batalla, ofreciendo sus gargantas" (Desdicha).

Dos gestos simbólicos, el de Nietzsche biográfico, el de Kafka literario, en los que, el pensamiento y la escritura se disuelven en la locura, el terror y la inutilidad: una posible respuesta a la pregunta de Iván Petróvich.

Fueron las vidas y obras de Dostoievski y Nietzsche, las que le abrieron a Kafka la puerta hacia el abismo de sí-mismo y de su expresión literaria. No serán los únicos. También será un don Quijote en búsqueda de Dulcineas (10).

Es ese el Kafka bestia, ángel y demonio.

Por lo demás, Dostoievski, Nietzsche y Kafka, son historias ya contadas.

***

Esta historia le he contado, porque, revolviendo libros para pensar y descansar, como lo escribió Nietzsche, me encontré con el libro de Jorge Mario Mejía: Nietzsche y Dostoievski, Filosofía y novela, que me hizo retornar al asunto del uso que hizo Kafka de Dostoievski que hace tiempo me entusiasmó, así Mejía descalifique como a una idiotez el conocimiento por analogía. Sin embargo, él, en la primera parte de su libro cita y usa para su reflexión filosófica el fragmento del relato de Kafka, Desdicha, con el correspondiente de la novela de Dostoievski, Humillados y ofendidos, para revelar las conexiones y analogías filosóficas entre los tres escritores. Recomiendo leerlo como a una original propuesta, a la que añado como nota curiosa estas hipótesis descabelladas sobre el uso que hiciera Kafka de las novelas de Dostoievski.

NOTAS

(1) Jorge Mario Mejía, Nietzsche y Dostoievski. Filosofía y novela, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2000, p. 43.
(2) Novalis, Himnos a la noche. Enrique Ofterdingen, Edición de Eustaquio Barjau, Cátedra, Madrid, 1992, p. 19.
(3) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche, Biografía,
http://www.paginasobrefilosofia.com/html/prebiogr.html
(4) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche, Biografía,
http://www.paginasobrefilosofia.com/html/prebiogr.html
(5) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche, Biografía,
http://www.paginasobrefilosofia.com/html/prebiogr.html
(6) Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, Editorial Edaf, Madrid, 2002.
(7) Franz Kafka, El proceso, Edición crítica por Guillermo Sánchez Trujillo, Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2005.
---- Guillermo Sánchez Trujillo, Crimen y Castigo de Franz Kafka, Anatomía de El proceso, Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2002.
---- Guillermo Sánchez Trujillo, El crimen de Kafka. Caso cerrado, La Carreta Editores E. U., Medellín, 2006.
(8) Conversación entre Kafka y Gustav Janouch, Escritos de Franz Kafka sobre sus escritos, Anagrama, Barcelona, 1983, p. 29.
(9) Otras citas de Memorias del subsuelo y de la imposibilidad de que el escritor ficticio se convierta en insecto:

"Luego, de pronto, conseguí vengarme de la manera más sencilla y genial. Fue una idea luminosa. A veces, los días de fiesta, iba a pasear por la avenida Nevsky. Daba mi paseo a eso de las cuatro, por la acera en la que daba el sol. En verdad, no se trataba de un verdadero paseo, de un esparcimiento, pues durante él experimentaba tormentos indecibles, humillaciones e incluso ataques de hígado. Pero esto era precisamente, me parece a mí, lo que buscaba en aquel lugar. Semejante a un insecto, me deslizaba del modo más vil entre los transeúntes, cediendo continuamente la acera a los generales, a los oficiales de guardia, a los húsares, a las damas hermosas. Sentía verdaderos espasmos en el corazón y escalofríos a lo largo de la espina dorsal cuando pensaba en el lamentable estado de mi ropa en el aspecto bajo y vulgar que debía tener mi agitada e insignificante persona. Era un verdadero suplicio, una humillación continua, que me inspiraba el claro convencimiento de que yo era una simple mosca en medio de tanta elegancia, una repulsiva mosca, superior, desde luego, a toda aquella gente en inteligencia, en nobleza, pero constantemente ofendida, continuamente humillada y siempre obligada a ceder".
(...)
"Zverkov me observaba en silencio, como se observa a un insecto raro. Bajé los ojos. Simonov se apresuró a servir champán".
(9) Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas...
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