viernes, 4 de diciembre de 2009

Una celda donde se escriben novelas

Una celda donde se escriben novelas

Por Iván Rodrigo García Palacios

Obvio, el que escribe tiene que hacerlo en algún lugar y en unas condiciones mínimas. Lo que no es tan obvio, es el hecho de que la naturaleza de ese lugar y de esas condiciones en las que se escribe, como lo han reconocido algunos grandes escritores, influye sobre la escritura, por un par de razones muy sencillas: o por propia necesidad o por obligación impuesta, porque cada persona percibe y se siente de manera particular en cada ambiente.

La historia de la literatura cuenta infinidad de casos comunes o extremos, reales o de ficción, sobre las relaciones de los escritores y de los personajes de ficción con el ambiente en el que escriben o el que necesitan para poder escribir.

Un caso extremo es el de Marcel Proust, quien escribía encerrado en su cuarto, calentado con vaporizadores, recostado en su cama en pijama de invierno y envuelto en frazadas, sin importar la estación del año. El mismo decía que no podía escribir su literatura de otra manera.

Que pueda recordar, el caso de Proust es único y, aunque sus obras influyeron en buena parte de la literatura del siglo XX, me pregunto si esa extrema costumbre haya sido traspuesta en alguna novela o relato posteriores, salvo que se me ocurre pensar en el excéntrico Percival Bartlebooth, el personaje y protagonista de la novela de Georges Perec, La vida instrucciones de uso, quien no es un escritor sino un anciano millonario que se encierra en su apartamento a construir un extraño puzzle y quien, al igual que Marcel, trasponía con sus acuarelas algo así como un En busca del tiempo perdido... de la memoria.

Es posible que existan otros ejemplos tanto o más extremos, pero no me interesan para el propósito que persigo: mostrar cómo se trasponen, conectan y corresponden, para la escritura, la celda de una prisión con las habitaciones en las que otros escritores, reales y de ficción, escriben sus obras.

Ellas son: la celda en donde don Miguel de Cervantes Saavedra escribió Don Quijote de la Mancha. La habitación que estrechaba o expandía el pensamiento de Fiódor Mijáilovich Dostoievski y de los personajes de ficción de sus novelas: Iván Petróvich, de Humillados y ofendidos y el autor de Memorias del subsuelo. Las habitaciones en la que Franz Kafka escribía y en las que confinaba a los personajes de su literatura. Y, finalmente, las habitaciones y encierros, ya legendarios, en los que Gabriel García Márquez escribió algunos de sus textos, así como aquel rincón del laboratorio de alquimia de José Arcadio Buendía en donde Melquíades escribía los pergaminos de Cien años de soledad.

Algo así como la búsqueda de una celda donde se escriben novelas.

***

La historia de esa celda y de esas habitaciones donde se escriben novelas, comienza en el Prólogo de Don Quijote de la Mancha, en el cual, Miguel de Cervantes Saavedra, hace la siguiente justificación para su escritura:

"Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir el orden de naturaleza, que en cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento" (1).

***

Casi tres siglos después, el escritor ruso Fiódor Mijáilovich Dostoievski, quien leyó en el encierro de su cautiverio siberiano las novelas de Charles Dickens, Los papeles de Pickwick y David Copperfield, creía que las habitaciones estrechas dificultan la expansión de los pensamientos, según lo afirmó su esposa, Ana Grigorievna, en las notas marginales a las obras de su marido.

El mismo Dostoievski expresó esa misma inquietud frente a las habitaciones estrechas en el personaje Iván Petróvich, de Humillados y ofendidos:

"He observado que en las habitaciones exiguas, también los pensamientos padecen de estrechez. Siempre me ha gustado pasearme por mi habitación para pensar mis futuras novelas" (2).

Pero Dostoievski irá mucho más allá y llevará hasta el extremo, hasta el mismo extremo de Cervantes, ese encierro y hará que el personaje que escribe las Memorias del subsuelo, escriba esas memorias en un sótano oscuro, frío, estrecho, maloliente, etc., tal como si de una celda se tratara, la misma celda de la cárcel en la que Cervantes escribió Don quijote de la mancha:

"Ingresé en la Administración para poder comer (únicamente para eso), y el año pasado, cuando un pariente lejano me legó seis mil rublos, dimití al punto y me enterré en mi rincón. Hacía ya mucho tiempo que estaba aquí, pero ahora me he instalado definitivamente. La habitación que ocupo está en los confines de la ciudad y es fea, destartalada" (Memorias del subsuelo).

***

Cincuenta años después, Franz Kafka, lector de Cervantes y de Dostoievski, traspondrá, conectará y corresponderá, la celda de Cervantes y las habitaciones de Dostoievski y de sus personajes, a su propia existencia y escritura.

Son numerosas las anotaciones que hizo Kafka en sus Diarios y Cuadernos en octava, sobre las habitaciones donde escribe, pero más notables y asombrosas son las habitaciones y encierros en los que ocurren sus narraciones y relatos.

La primera conexión que hace Kafka con la lectura de la obra de Dostoievski, así como la trasposición en su vida y su escritura, con su habitación y la existencia narrada de sus personajes, se puede establecer a mediados del año 1910, cuando escribe su relato Desdicha:

"Cuando ya se volvía insoportable -hacia el atardecer de un día de noviembre-, cansado de ir y venir por la estrecha alfombra de mi habitación, como en una pista de carreras, y de eludir la imagen de la calle iluminada, me volví hacia el fondo del cuarto, y en la profundidad del espejo encontré una nueva meta..." (Desdicha).

Esta es una trasposición directa de una escena de Humillados y ofendidos, como ya lo mostré en otro texto.

A partir de allí, serán innumerables las anotaciones que haga Kafka en sus Diarios sobre la habitación en la que escribe, pero también, serán muchos los personajes de su narrativa quienes sufrirán los efectos del encierro extremo.

Por ejemplo, en La metamorfosis, Kafka si convierte a Gregor Sansa en el insecto que se encierra en su habitación. He ahí una doble trasposición, directa e invertida, a Dostoievski y a su escritor de Memorias del subsuelo, quien no pudo convertirse en insecto:

"No he conseguido nada, ni siquiera ser un malvado; no he conseguido ser guapo, ni perverso; ni un canalla, ni un héroe..., ni siquiera un mísero insecto. Y ahora termino mi existencia en mi rincón, donde trato lamentablemente de consolarme (aunque sin éxito) diciéndome que un hombre inteligente no consigue nunca llegar a ser nada y que sólo el imbécil triunfa. Sí, señores, el hombre del siglo XIX tiene el deber de estar esencialmente despojado de carácter; está moralmente obligado a ello. El hombre de carácter, el hombre de acción, es un ser de espíritu mediocre. Tal es el convencimiento que he adquirido en mis cuarenta años de existencia".
(...)
"Ahora voy a contarles, señores (quieran ustedes o no), por qué ni siquiera he conseguido llegar a ser un insecto. Lo declaro ante ustedes solemnemente: muchas veces he intentado convertirme en un insecto, pero no se me ha juzgado digno de ello" (3).

Y, ni que decir del cuarto y las habitaciones en las que se sucede la trama de El proceso.

Será en 1917, cuando Kafka conecte sus habitaciones con las de Dostoievski y con el ambiente sereno y sonoro que Cervantes idealizaba:

"(...) El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento" (Prólogo, Don Quijote de la Mancha).

Es en 1917, cuando, al iniciar la escritura de sus Cuadernos en octava, Kafka vuelve a recordar el "albergue" o habitación de Iván Petróvich y el ambiente sonoro del Prólogo de Cervantes:

"PRIMER CUADERNO EN OCTAVA: Cada hombre lleva en sí una habitación. Es un hecho que nos confirma nuestro propio oído. Cuando se camina rápido y se escucha, en especial de noche cuando todo a nuestro alrededor es silencio, se oyen, por ejemplo, los temblores de un espejo de pared mal colgado. Se queda ahí, con el pecho hundido, los hombros caídos, los brazos colgantes, incapaz de levantar las piernas, la mirada fija en un punto".

Es allí donde resuena el grito de su relato Desdicha, de 1910:

"(...) y grité para oír solamente mi propio grito, que no halló respuesta ni nada que disminuyera su vigor, de modo que ascendió sin resistencia, sin cesar ni siquiera cuando ya no fue audible...".

***

Muchos años después, entre 1965 y 1966, Gabriel García Márquez se encerró en el pequeño estudio de su casa en Ciudad de México para escribir, no se sabe si en doce, catorce o diez y ocho meses, su novela Cien años de soledad, con la única compañía de un calentador de ambiente a sus pies.

Algo similar hace Melquíades, el personaje de su novela, cuando escribe los pergaminos:

"Melquíades estaba en el rincón, sentado al escritorio, garabateando signos indescifrables" (CAS).

Antes que Melquíades escribiera los pergaminos, Gabriel García Márquez escribió, encerrado en el desván de un prostíbulo, sus textos de Barranquilla y, luego, en una buhardilla parisina, El coronel no tiene quien le escriba, mientras leía las novelas de Georges Simenon tratando de encontrar uno de sus cuentos, leído en 1949 y del cual apenas recordaba, con la imaginación y sin ningún otro dato, las angustias de un hombre perseguido con encanecimiento por dos policías.

¿Será por ello que en El Coronel no tiene quien le escriba se perciben, tropicalizadas, las cualidades literarias de Georges Simenon? Vaya a saberse.
En fin, de historias, mitos y leyendas está hecha la literatura.

NOTAS

(1) Miguel de Cervantes Saavedra, Don quijote de la Mancha, Edición IV centenario, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Bogotá, 2005.
(2) Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Humillados y ofendidos, Juventud, Barcelona, 2003, p. 5.
(3) Otras citas de Memorias del subsuelo y de la imposibilidad de que el escritor ficticio se convierta en insecto:
"Luego, de pronto, conseguí vengarme de la manera más sencilla y genial. Fue una idea luminosa. A veces, los días de fiesta, iba a pasear por la avenida Nevsky. Daba mi paseo a eso de las cuatro, por la acera en la que daba el sol. En verdad, no se trataba de un verdadero paseo, de un esparcimiento, pues durante él experimentaba tormentos indecibles, humillaciones e incluso ataques de hígado. Pero esto era precisamente, me parece a mí, lo que buscaba en aquel lugar. Semejante a un insecto, me deslizaba del modo más vil entre los transeúntes, cediendo continuamente la acera a los generales, a los oficiales de guardia, a los húsares, a las damas hermosas. Sentía verdaderos espasmos en el corazón y escalofríos a lo largo de la espina dorsal cuando pensaba en el lamentable estado de mi ropa en el aspecto bajo y vulgar que debía tener mi agitada e insignificante persona. Era un verdadero suplicio, una humillación continua, que me inspiraba el claro convencimiento de que yo era una simple mosca en medio de tanta elegancia, una repulsiva mosca, superior, desde luego, a toda aquella gente en inteligencia, en nobleza, pero constantemente ofendida, continuamente humillada y siempre obligada a ceder".
(...)
"Zverkov me observaba en silencio, como se observa a un insecto raro. Bajé los ojos. Simonov se apresuró a servir champán".
Licencia Creative Commons
Ensayos de un LECTOR LUDI por Iván Rodrigo García Palacios se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.