viernes, 21 de agosto de 2009

La Naturaleza v/s lo sobrenatural: Úrsula Iguarán v/s Fernanda del Carpio

La Naturaleza v/s lo sobrenatural: Úrsula Iguarán v/s Fernanda del Carpio

Por Iván Rodrigo García Palacios
Tiene sentido pensar que Cien años de soledad se enmarca dentro, pero contra la tradición de las literaturas y de las ideologías burguesas, socialistas y utópicas, decimonónicas, las que, luego de la destrucción del orden político y económico aristocrático, del reconocimiento de la igualdad de la mujer y de la subversión de las supersticiones religiosas, entre otros aspectos, por parte de la Revolución Francesa, estas reaccionaban y buscaban definir su propia identidad, principios y fundamentos, en un mundo cuyo progreso se debatía entre entre progreso, civilización y Naturaleza. Ese es el ámbito de los nuevos imperios del siglo XIX y de su colonización del resto del planeta, para lo cual se proponen nuevos paradigmas históricos.
Esta reacción se enmarca, a su vez, en el contexto de la reinterpretación de las cosmogonías y mitologías antiguas y cristianas propuesta por la Ilustración, el romanticismo y el neoclasismo, en las cuales se proponía la definición de una nueva sociedad: o la de la burguesía y su aristocracia económica o la del socialismo y las utopías y su nuevo hombre; sociedades en las cuales, sin distinción, la mujer estaba condenada a retornar a su papel sumiso y reproductor, por fuera de lo público, lo político y de la igualdad de los sexos.
Al igual, la Naturaleza también es reiterpretada en ese mismo contexto: de habitat sagrado, natural y solidario y de misterio de la vida, madre y propiedad común de todos, es transformada en la fuente de riquezas para ser explotadas por parte de los más ricos y poderosos del liberalismo económico, por medio de las nuevas armas que las ciencias y las tecnologías han puesto a su servicio.
Contra esa reintepretación, los utopismos, los socialismos y las ideas de Karl Marx, proponen su propia visión del mundo y de la historia, en la que anuncian y proponen la emergencia del nuevo mundo que nacerá de entre las ruinas de las civilizaciones obsoletas, anacrónicas e injustas y reinstaurará la igualdad, la fraternidad y la solidaridad.
En ese ámbito del siglo XIX, el mismo que todavía perdura en la Colombia del siglo XX, Gabriel García Márquez sitúa una de las novelas fundadoras para entender el mundo, microcósmico y universal, de los pueblos de América Latina: la cosmogonía y mitología de Macondo.
***
Considerando a Cien años de soledad como un gran mural cosmogónico y mitológico, se puede contemplar que allí lo que se cuenta es la historia de la fundación de un mundo que emerge, se construye, decae y se destruye, a partir de la confrontación de dos poderes o fuerzas superiores y antagónicas: las de la Naturaleza y las de lo sobrenatural y, colocado entre ellas, el mundo de los humanos y su "realismo mágico", como su campo de batalla.
Esas fuerzas y poderes se configuran a partir del contexto de los dos modelos cosmogónicos y mitológicos imperantes, contrarios y en conflicto: los de la antigüedad pagana emergiendo y los del cristianismo en retirada, en los cuales se perpetúa el primigenio conflicto entre la Madre Tierra y el Padre Guerrero y en los que, como en las versiones tradicionales, se concluye, como en la eterna ley del ciclo natural, en una destrucción total y en la tácita idea del nacimiento del nuevo mundo del fin de la historia.
Para escribir y narrar esta historia, Gabriel García Márquez, además de sus dones de narrador y de las ingentes materias de su memoria de lector, debió haber sido poseído por la locura sagrada, aquella locura que para Sócrates era de cuatro clases: la concedida por Apolo que es profética; la que otorgan Afrodita y Eros, erótica; la de Dionisios que es locura ritual y la de las Musas, locura poética. No de otra manera se explica el que Cien años de soledad sea el resultado de una agónica y deliberada labor de escritor y la extática e inconmensurable visión de la inspiración de un narrador poseído por los dioses.
***
En el mundo de Macondo se trasponen, contraponen yuxtaponen y parodian, interpretaciones modernas y locales de los modelos, motivos y figuras de las cosmogonías y mitologías paganas antiguas y de la cosmogonía y mitología cristiana, pero siempre en el contexto de la confrontación de un mundo natural, primitivo, vital y feliz, donde los dioses juegan como los niños, contra un mundo sobrenatural, supersticioso e implacable, donde los dioses premian y castigan a los hombres en la vida y en la muerte.
Analizar ese complejo cosmogónico y mitológico en su totalidad y a los poderes naturales y sobrenaturales que lo hacen posible, es una tarea mayor que trataré de abordar, como a todo lo de su naturaleza, a partir de elementos sueltos, con los pequeños cuadros que componen el mural, como si de armar un "puzzle" se tratara.
En el panteón de dioses y diosas de Cien años de soledad, son los dioses masculinos, sus existencias y sus actos y, con ellos, los de todos los demás hombres y mujeres de su mundo, los que están sometidos y determinados, en sus destinos heroicos, trágicos y cómicos, por los poderes y las fuerzas en conflicto de dos diosas antagónicas: Úrsula Igurán, la encarnación de la Madre Naturaleza, el sencillo mundo primitivo y Fernanda del Carpio, la sobrenatural reina de los cielos distantes, fríos y forasteros, de la apariencia y de un mundo anacrónico y en decadencia.
Son ellas dos, cada una en su respectivo momento y confrontación, las que, con sus poderes y sus fuerzas, propician la fundación y la destrucción de la estirpe de los Buendía y, con ellos, de Macondo.
Ambas son magas y brujas, Úrsula con sus poderes y fuerzas naturales y Fernanda con sus poderes y fuerzas heredadas de la superstición. Ambas tienen el mismo propósito: la perpetuación de la estirpe: Úrsula la de descendientes sin cola de marrano en un mundo eternamente natural, Fernanda la de una aristocracia anacrónica de un mundo antiguo y decadente. He ahí lo heroico y lo trágico: ante la imposibilidad de existir y sin una solución de continuidad, ambos mundos se destruyen entre sí y son borrados de la faz de la tierra por la irrupción del mundo del progreso y la civilización.
Úrsula, como diosa pagana, es la protectora de la vida por la vida, por la sangre, en la contradicción de las pasiones y en el poder de la imaginación. Fernanda, como diosa cristiana, es la protectora de la muerte, del mundo del más allá, en el poder de la razón metafísica y de la superstición de lo sobrenatural.
Son los actos de Úrsula y de Fernanda los que determinan el destino de los Buendía y de Macondo.
Úrsula que con su hacendoso actuar mantiene el orden familiar y la unidad bajo un mismo techo, en el que el tiempo es un río que fluye hacia un destino desconocido. Cuando sus poderes y fuerzas decaen, es la misma naturaleza la que se encarga de reclamar, invadir y recuperar sus terrenos, para, de inmediato, ser destruida y expropiada en nombre de los dioses del progreso y de la civilización.
Fernanda, a la que no interesan los asuntos de la cotidianidad, que vive en un pasado estancado, se propone la construcción de un ámbito formal e inamovible de apariencias y creencias, de modales anticuados y anacrónicos, a los que la realidad se encarga de subvertir.
Es Fernanda, al derrotar a Úrsula, la que provoca los eventos que determinan la tragedia final.
En primer lugar: cuando Remedios, la bella, se eleva "con las sábanas de bramante de Fernanda". Remedios era el espíritu puro de la Naturaleza y al abandonar el mundo natural de Macondo, lo deja al arbitrio de Fernanda:
"A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás" (CAS, p. 271).
Úrsula es la única que comprende ese portento, pues sabía que la bella joven era la única, la elegida, para remplazarla.
Esto merece una explicación. Es imposible saber por qué razón Gabriel García Márquez escribió "bramante" en lugar de Brabante que era el lugar de donde procedían esas famosas piezas textiles. De esa manera, Remedios, la bella, se conecta así con Elsa de Brabante, la doncella falsamente acusada y sacrificada por ¿la malvada? Ortrud, en la ópera Lohengrin, de Richard Wagner.
En segundo lugar, Fernanda, en cuya hija Meme había puesto toas sus complacencias, es la causante de la tragedia de los amores de su hija con Mauricio Babilonia y, al expulsarla del paraíso natural, la convierte en el instrumento que atraerá sobre Macondo la destrucción babilónica: es Meme la que trae a Macondo los vicios del mundo moderno que, como "las hormigas rojas", terminarán por arrasar con los restos del idílico hogar familiar y será el hijo de Meme el padre del Buendía con cola de marrano:
"Los acontecimientos que habían de darle el golpe mortal a Macondo empezaban a vislumbrarse cuando llevaron a la casa al hijo de Meme Buendía" (CAS, p. 333).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
Ensayos de un LECTOR LUDI por Iván Rodrigo García Palacios se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.